Relato de una noche en la urgencia del hospital
Por Dr. Box - Lo más cercano a la muerte, al sufrimiento, al abandono y a la desesperanza en medio de una angustiante espera, que terminó en rescate y oportunidad. (Imágenes referenciales)
Eran las 18:00 horas cuando recibí la llamada urgente de la cuidadora de un adulto mayor de 91 años. El tono preocupado en su voz indicaba que la situación no podía esperar. Con rapidez, me dirigí al lugar, consciente de que las decisiones que tomara a partir de ahí serían cruciales. Al llegar, vi la fragilidad del paciente: su rostro cansado, su cuerpo débil, pero su espíritu aún lleno de calma. Después de evaluarlo junto a la cuidadora, decidimos que lo mejor era trasladarlo a la clínica privada de la ciudad.
La dificultad del traslado era evidente; no podía moverse por sí mismo, y sabíamos que no sería seguro intentar que se desplazara de otra manera. Por suerte, la ambulancia de la clínica llegó rápidamente, y en cuestión de minutos, ya estábamos en camino. El ambiente era tenso, pero la eficiencia del personal nos daba algo de tranquilidad.
Al llegar a urgencias, la doctora de turno no tardó en recomendar una serie de exámenes. Pasaron dos horas, tres tal vez, hasta que los resultados finalmente llegaron. Los informes indicaban que la hospitalización era necesaria. Sin embargo, aquí comenzó la primera de una serie de sorpresas desagradables. No había camas disponibles en la clínica, y por protocolo, el paciente no podía permanecer en el box de urgencias. La opción era llevarlo al hospital público y someterlo a lo que podría ser una atención aún más precaria.
Minutos después, una nueva ambulancia nos dirigió al hospital, ahora en un viaje que parecía interminable. El flujo de pacientes en urgencias era abrumador, y al ingresar, nos encontramos con la realidad de un sistema de salud colapsado: no había espacio en los boxes, así que tuvimos que acomodarnos en una camilla en el pasillo. El bullicio y el caos eran el marco de la noche, y la preocupación aumentaba cada minuto sin una atención adecuada. La situación no era lo que uno podría esperar para alguien que necesitaba cuidados urgentes.
Pasaron las horas, y yo, un enfermero primerizo en esta experiencia, intentaba asistir lo mejor que podía a mi acompañante, quien, pese a todo, se mantenía tranquilo. "Ve a descansar", me decía, pero yo sabía que no me iría. "No lo haré por nada del mundo", pensaba mientras la espera se extendía sin rumbo definido.
Ya eran las 5 de la mañana, y la incertidumbre era total. No sabíamos si quedarnos allí, esperar más tiempo, o regresar a casa. Sin información clara, sin tiempos definidos, estábamos atrapados en un limbo. En ese momento, no es que criticara el trabajo de los médicos ni su dedicación, sino que la frustración era con el sistema de salud público que predominaba en Chile. En la clínica privada, aunque teníamos los recursos para pagar, la situación también era incierta, lo que nos dejaba reflexionando sobre lo transversal de esta crisis.
Finalmente, tras horas de espera, la tensión en el ambiente era palpable. El médico de turno, al revisar los exámenes de la clínica, volvió a sugerir nuevos estudios, y seguimos a la deriva, sin respuestas, en medio de un mar de personas que reclamaban por la demora. Sin embargo, lo peor no era la espera en sí, sino la falta de información. ¿Qué debíamos hacer? ¿Quedarnos? ¿Regresar? La noche avanzaba y el agotamiento mental y físico se apoderaba de todos los presentes.
Este relato no busca criticar a los profesionales de la salud ni su arduo trabajo, sino resaltar la cruda realidad de un sistema de salud saturado, que afecta a todos, independientemente de su estatus social. La experiencia es transversal; en la clínica o en el hospital público, las personas sufren las mismas demoras y falta de atención. Y esto no está bien. No es una crítica vacía, es un llamado a abordar esta problemática de manera seria, con la urgencia que corresponde a un tema país. La salud de los ciudadanos no debe ser una cuestión de promesas vacías ni discursos populistas, sino una prioridad que debe traducirse en acciones concretas.
A las 5:10 de la mañana, seguíamos allí, esperando alguna señal, algún veredicto. Sin saber cómo ni cuándo terminaría esta historia, solo quedaba reflexionar sobre lo vivido. He sido testigo de un sistema de salud que necesita urgentemente una transformación. Esta noche, caminando entre lo público y lo privado, solo he querido compartir la experiencia de un chileno más, buscando respuestas en medio de la desesperación.
Para no dejar esta historia inconclusa, debo comentar que luego de compartir un Box en urgencia, más los pacientes de los pasillos, surgió el diálogo natural y espontáneo. Conocer otras historias, lamentos y personas, nos ayuda a remediar la larga espera que continúa, mientras se crea un espacio para acceder a una habitación del recinto asistencial que finalmente llegó pasado el mediodía.
Pese al dolor, tensión de esas horas, pude comprobar que el ser humano en los momentos más complejos no elude el diálogo franco, primero por solidaridad, luego por empatía. Lo importantes es que nuestra salud esta en una crisis global y debe transitar a la dignidad que todos nos merecemos. Ojalá esa transformación sea rápida y de calidad.
(este texto fue escrito en la urgencia del Hospital de Puerto Montt)
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